lunes, 13 de octubre de 2008

Ni hablar de los conejos

Mi abuelo comía pajaritos. Mi abuelo comía palomas. Mi abuelo comía gatos.
Mi abuelo se comió una tortuga, tal vez dos, tal vez tres, tal vez cuatro...
De pequeña yo tenía una tortuga. Se llamaba Margarita.
Un día la tortuga desapareció, y mamá me dijo que seguramente estaría hibernando en algún rincón del parque.
La busqué todo el Invierno. La seguí buscando en Primavera. Llegó el verano.

Mamá era buena conmigo cuando yo era pequeña. Mamá era muy limpita.
A mí me gustaba jugar con barro. Me gustaba hacer vasijitas de barro, casitas de barro, muñequitos de barro. Mamá era muy limpita.

Mi abuelo tenía una higuera. Mi abuelo hacía dulce de higos. A mi mamá le gustaban los higos. A mis hermanos y a mi también nos gustaban los higos.
Mi abuelo siempre nos regalaba el dulce de higos que él hacía. Mis hermanos y yo comíamos el dulce de higos que hacía mi abuelo. Mamá no. Mamá era muy limpita

Un día mamá se enfermó. Mi abuelo se ofreció a cuidar de mi hermano y de mí. Ese día mi abuelo nos hizo un guiso. En el plato de mi hermano había un pájarito, con cabeza, pico, y todo. Mi hermano tomó el pájarito de una pata y lo pasó a mi plato.
Yo tengo un hermano. Mi hermano aprendió a leer con cuatro años. Mi hermano leía el periódico con apenas cuatro añitos. Mi hermano es dos años mayor que yo. Yo tenía cinco años y mi hermano tomó el pájarito de una pata, y lo pasó a mi plato.

Mi abuelo era andaluz. Fué combatiente voluntario en la guerra civil española. Mi abuelo decía que los mejores años de su vida habían sido los de la guerra. Yo era pequeña, no sabía lo que era una guerra. Yo escuchaba que mi abuelo decía, y repetía, que los mejores años de su vida los había pasado en la guerra. Yo, desde luego, no sabía lo que era una guerra. Era pequeña.

Recuerdo que en casa había un gallinero. Mamá y papá criaban gallinas y pollitos. Mi abuelo mataba las gallinas, y luego las desplumaba con agua hirviendo. En casa había también un ciruelo. Mi abuelo les quebraba el cogote a las gallinas, las ataba de las patas a la rama del ciruelo, ponía debajo una olla con agua hirviendo, y las desplumaba.
Mamá y papá criaban gallinas, mi abuelo las desplumaba, las gallinas chorreaban sangre del cogote, la sangre caía sobre la olla de agua caliente. Mamá cocinaba las gallinas. Mamá, papá, mis hermanos y yo, comíamos pollo al horno con papas.

El año que busqué a mi tortuga Margarita por el parque de casa, descubrí que había muchas lagartijas.
Yo tengo un hermano. Mi hermano leía el periódico al derecho y al revés con cuatro añitos. Mi hermano sabía, que si uno mata una lagartija cortandola al medio, en dos partes; las partes siguen caminando por separado después de muerta. Caminan durante un momento, a veces en direcciones opuestas. Mi hermano me enseñó lo de la muerte de las lagartijas.
El año que busqué a Margarita, me entretenía cortando lagartijas al medio por el parque de casa.

Y tengo un par de recuerdos más de mi infancia. Un viaje a Huerta Grande. El día que mi primo se cayó sobre los cactus. El día que yo me caí desde la escalera del tobogán. El día que a mi hermano se le cayó la biblioteca encima. Y la vieja Gertrudis que pasaba frente a casa con un fuentón sobre la cabeza. La vieja Gretrudis juntaba caracoles después de la lluvia, los ponía en un fuentón, y luego se hacía una sopa. Yo la veía, porque a mí me gustaba hacer cositas con barro.
La vieja Gertrudis y yo, saliamos a la calle después de la lluvia. Mamá no. Mamá era muy limpita.
Otro día, me tomé un chocolate con churros, y recordé algo más. Siempre pido café con leche con medialunas. Pero el otro día pedí chocolate con churros y recordé, qué mamá un día nos hizo churros. A la masa le había entrado aire. Mamá echó los churros en el aceite hirviendo, y los churros comenzaron a saltar de la olla. Mamá salió corriendo a la farmacia, toda quemada. Mis hermanos y yo aprovechamos para entrar a la cocina, y comernos los churros que estaban por el suelo. A mamá no le quedó ni una marquita. Tiene una piel muy fuerte. Los churros estaban muy ricos. Lo recordé el otro día, cuando se me ocurrió pedir chocolate con churros.

Sí, es curioso. Hace poco apareció un muchacho que dijo llamarse Mario y haber cursado conmigo el jardín de infantes. Dijo haber nacido el mismo día que yo, y que su madre solía llevarnos a ambos a la escuela cuando la mía no podía. Ahora bien. Yo recuerdo a un compañerito llamado Sebastián. Era moreno y tenía rulitos. Sebastián era un niño muy bonito. Me gustaba. Pero no recuerdo a ningún Mario gordito y con flequillo. El muchacho intentó inútilmente darme más datos. Le pedí que se callara. Cuando no recuerdo, no recuerdo, y listo. Y en este caso no recuerdo. Así que le dije que me disculpara, y que entendiera, que no se puede ser trascendente en la vida de todas las personas. Y que dejara de narrarme esas estúpidas historias con guardapolvos cuadriculados. Pues yo, no lo recordaba, ni a él, ni a sus historias.

Al que no he olvidado es a Marcelo. Vivía frente a mi casa, y era el mayor de la cuadra. Yo lo admiraba porque había hecho un laboratorio de insectos en el patio de su casa. Tenía frascos con hormigas, frascos con saltamontes, frascos con cascarudos, y muchos bichitos de San Antonio (los de la suerte). Me acuerdo de Marcelo, y de su hermana Patri. Marcelo y Patri me enseñaron a cazar mariposas con ramas de Paraisos. Yo cazaba mariposas, las pinchaba en un telgopor, y se las regalaba a mamá. Mamá me quiere mucho. Mi abuelo también me quería mucho. Mi abuelo no quería a nadie. Era malo. Pero a mi me quería. Tenía una foto mía en su billetera, y cierta vez, se le había ocurrido que me dejaran viviendo con él, en su casa. Quería criarme, y educarme. Por supuesto mamá no aceptó. Mamá me quiere mucho. Mi abuelo también me quería mucho.
Mi abuelo comía pájaritos, comía palomas, comía gatos. Y olvidó el caparazón de margarita sobre la mesa de su cocina. Recuerdo que entré, y lo ví, allí, sobre la mesa. Ese día comprendí lo de la guerra. Yo era muy pequeña. Lo ví, comprendí, y seguí buscando a mi tortuga por el parque de casa (cuando uno quiere, uno no se resigna).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias Isabel por este poema lleno de infancia, y por su preciso FINAL !! me gusta como escribís: seguí, seguí, SEGUÍ ! Cuando una quiere, no se resigna !

Cris Vázquez