viernes, 25 de noviembre de 2011

La leyenda que ningún padre cuenta

Lo que las leyendas no cuentan, porque ningún padre gusta contar, es que un día el niño escapó por la ventana, con tan solo cinco años se trepó a un banco que hacía equilibrio sobre otro banco, que a su vez se tambaleaba sobre otro banco, y así, aunque la ventana estaba en el techo, el niño logró escapar. Caminó sobre el tejado mojado por esa intensa lluvia que inundaba otras partes de la ciudad, y mojado entonces también él, con los ojos muy abiertos de un negro que relucía tanto como el collar que llevaba en sus manos, caminó por el tejado hasta dar con ese gran árbol al que la gente llamaba Abedul. Y a la tierra descendió por los brazos ásperos del árbol. Y cuando ya estuvo en tierra, o en barro para ser más precisos, el niño besó al árbol y le dijo_ Gracias Duduabel, por ayudarme a bajar. No se sabe si fue el viento de esa tormenta escandalosa que hacía gritar a las mujeres de la taberna, pero en ese momento el árbol se inclinó sobre el niño, y las hojas de sus ramas más altas le acariciaron la frente acomodándole el cabello hacia uno de los lados, el izquierdo, porque el niño tenía un remolino de nacimiento que impedía cualquier intento de hacerle un flequillo.
Después el pequeño salió a andar, colocó el collar en uno de sus bolsillos, y allí dejó también su mano, pues quería estar seguro de que no quedaría perdido en el camino.
Sus tan solo cinco años, parecían ahora muchos más. El niño se sintió grande, se sintió seguro aún en la oscuridad, pensó mientras caminaba, que cuando lograra vender ese collar en algún mercado, entonces, podría pagarle a algún marinero para que lo llevara al otro lado del océano, a ese sitio donde los niños no van a la escuela pero saben contar muy bien. Se sintió libre, y así estuvo algunos minutos, caminando, pisando firme en aquel bosque lleno de lodo, hasta que ya no pudo despegar sus pies del suelo, y el lodo se lo fue tragando, y ya no se veía más que su manita intentando salvar el collar, y que al fin desapareció también bajo lluvia.
Cien días y cien tardes buscaron los duques a su hijo sin poder hallarlo, y la tormenta cesó, y ya no hubo mujer en la ciudad que se atreviera a gritar, pues el silencio era tal que cualquier pequeño sonido hubiera sido castigado por los acongojados Reyes que tanto sufrían la desaparición de su sobrino.
Cien días y cien tardes buscó el pueblo entero al niño en el más absoluto silencio.
Hasta que un cazador de los pantanos, cierta noche, descubrió una fuente en medio del bosque, una fuente de piedra que jamás había visto en ese lugar. Una fuente de donde manaba agua y que tenía en el centro la imagen de un niño. Un niño hecho de piedra y envuelto en perlas tan verdaderas como las de aquel collar.
Y lo que tampoco cuentan las leyendas, es que el cazador intentó robar algunas perlas antes de comunicar su hallazgo a la realeza, lo intentó varias veces, y varias veces los Abedules que estaban a su alrededor se inclinaron para golpearlo con sus ramas, aún habiendo cesado ya los vientos.
Decidió entonces el cazador no arriesgar más su vida, ante lo que parecía un extraño hechizo, e ir por fín a contar a todos que había encontrado al niño hecho piedra y perlas.
Los Duques se dirigieron al bosque con la intención de comprobar semejante fabulación, y cuando allí estuvieron, se sintió una brisa leve, el sol extendió sus rayos y los Abedules comenzaron a agitarse con tanta fuerza sobre la fuente, que lograron romper la imagen. Aún siendo muy suave la brisa aquella tarde.
Y de allí dentro, ante los ojos atónitos de sus padres y de gran parte del pueblo, salió el niño muy contento. Y entonces abrazó a su madre a la vez que le devolvía el collar. Y su padre derramó algunas lágrimas al tiempo que lo cogía en brazos. Y el padre quiso saber de boca de su hijo todo lo que había sucedido. Fue entonces cuando el niño comenzó a reír en brazos de su padre y le dijo_ No me lo creerías papá, pero he estado en un lugar donde los niños son muy pobres y tienen la piel morena, pero son tan listos que ni tu lograrías engañarlos con tus leyendas y cuentos para dormir.

lunes, 24 de octubre de 2011

Niños que vuelan

La niña atravesó el patio de la escuela, las baldosas enrojecidas por la tierra, con sus zapatitos negros impecablemente lustrados, pensando en esos pasos que era verdad lo que le decía su vecina, eso de que era elegante. Pensó que ninguna otra niña podía tener en aquel sitio los zapatos tan brillantes, las medias tan blancas, el guardapolvo tan planchado. Pensó que de grande quería ser azafata para usar esos trajecitos tan ceñidos al cuerpo, aunque no lo pensó así, porque aún desconocía esa palabra, ceñidos. Que quería ser azafata para usar tacos altos y llevar el cabello recogido sin ningún pelo fuera de lugar, para pintarse los labios y volar, impecablemente volar,a cuanto lugar se pudiera. Para bajar en los aeropuertos y caminar con sus tacos azules por esas baldosas brillantes, esas escaleras hechas para lucirse con un bolsito lleno de letras, y una valija con rueditas. Pensó que si no volvía pronto al aula la maestra la retaría, y pensó también cuanto tiempo sería lo normal que tarda una niña en ir al baño.
El niño la miró atravesar el patio desde la puerta de otra aula, pensó que con el cabello suelto sería aun más bonita, que era increíble que alguien pudiera tener un guardapolvo tan blanco y unos zapatos tan brillantes en aquel sitio. Pensó que aquella niña no caminaba como las demás niñas, que apenas pisaba el suelo y que por momentos parecía que volaba. Pensó que con el cabello suelto y descalza, sería aún más bonita, pensó que algún día por esas calles de tierra colorada, por esos montes de árboles inmensos, por esos ríos correntosos, le gustaría volar con ella. La niña se detuvo en ese instante, y reparó que el niño la miraba. Bajó entonces la mirada y corrió a su aula, justo a tiempo para que la maestra no la retara. El niño la vio alejarse con sus alas. Y suspiró. Por primera vez en su vida, suspiró.

domingo, 5 de junio de 2011

Ojo de mal cubero

No no no no! Eso no puede ser así bajo ningún punto de vista. Me parece una visión verdaderamente estrecha del caso. Un diagnostico hecho a primera vista, y no creo que eso pueda funcionar, como el amor, a primera vista me refiero.
Acompáñenme en lo que fue la revisión que me ha hecho el oculista. Echemos un vistazo a lo ocurrido y veamos si realmente hay fundamento para decir así, como quien ve llover, que no tengo nada grave en la vista.
Oculista_ ¿Ve usted mosquillas? (el oculista era español)
Yo_ No, no veo mosquillas porque no las hay. Seguramente si las hubiera las vería ¿a qué viene la pregunta? (yo, argentina)
Oculista_ Es para descartar posibilidades
Yo_ Es que las posibilidades de ver mosquillas en pleno invierno y con todas las ventanas cerradas, ya me dirá usted, pero vaya, no lo veo muy posible.
Oculista_ Mejor así, mejor así…
Yo_ ¿Mejor? ¿Qué quiere decir con mejor? ¿No pretenderá usted que lo mío no es grave? Se lo pregunto porque tengo la certeza de que lo mío es, sino grave del todo grave, al menos preocupante. Tengo la vista estropeada Doctor. Y si usted necesita que yo vea mosquillas para darme un diagnóstico que muestre lo que en verdad salta a la vista. Pues entonces veo mosquillas…es más, ahora mismo estoy viendo varias…
Oculista_ Tranquilícese, usted no tiene nada, ambos ojos están en perfectas condiciones.

Y luego prosiguió aclarando que no hacía falta siquiera tomarme la presión ocular, porque la presión ocular no duele, y si lo que yo siento es dolor entonces seguramente se trata de otra cosa. Otra cosa. Ja, otra cosa. Que no tengo nada me dijo… y eso, sencillamente no puede ser. Porque yo veo diferente, siento cosas cuando miro, y me duele, si, me duele bastante. Acepto lo de la presión ocular. Pero no acepto lo de nada, lo de que a lo mejor por momentos tengo un poco de sequedad. Y mucho menos acepto que la solución sean lágrimas artificiales.
No voy a comprar lágrimas en la farmacia, me niego a semejante despropósito.
Porque a mí me duele y cuando algo duele se supone que al final siempre se acaba por llorar, por mucho que retrasemos ese vistoso momento ( aquí es donde me detuve. Vistoso no me pareció realmente el adjetivo adecuado para un momento de verdadero dolor inundado por el llanto, no era vistoso lo que en verdad le iba al hecho inevitable de acabar llorando, y sentí que en mi afán por los juegos de palabras estaba siendo irrespetuosa con la tristeza, o al menos con su lado más acuoso, por lo que ahí fue donde me detuve, me hice un café americano y decidí comenzar un nuevo texto que nada tuviera que ver con ojos, oculistas y vistazos, y que a simple vista pudiera parecer un texto inútil en su contenido, pero que ocultase algo profundo, una vez más temí que me tomaran por una idiota, una escritora que cree que lo que escribe es importante, así que me dispuse a que realmente lo fuera, algo importante digo, me dispuse, no es que realmente lo lograra) Y lloré, un poquito lloré sobre el café, y algo de ese dolor se disipó.
Visto lo visto, a otra cosa mariposa.

miércoles, 9 de marzo de 2011

"V" de velorio

Laura_ Estoy en casa de Cristina. Acabo de llegar. Su padre ha muerto y yo tengo diecisiete años. La muerte es algo lejano para mí. Es la primera vez que vengo a un velorio. La primera vez que alguien a quién suelo ver en la puerta de su casa tomando mate y saludando a los vecinos con un guiño de ojo, ahora inerte duerme para siempre dentro de un cajón. Inerte es una palabra que aprendí hace poco y creo que sirve para esta descripción. ¿Y el mate? Su mate ¿estará por algún lado aún con yerba húmeda de la última cebada?.
Ahí viene Cristina. Ha estado llorando mucho. Lo sé porque su piel blanca está enrojecida, sobre todo alrededor de los ojos. Pero ahora no llora. Ahora me abraza. Somos muy amigas. Tan amigas que me entran ganas de llorar a mí. No sé si por acompañarla o porque de alguna forma le tenía cariño a su padre. Rara vez cruzamos más de dos palabras, pero su guiño de ojo, eso, creo que lo voy extrañar. Me dan ganas de llorar a mí. Pero no lloro. Tengo diecisiete años y sé perfectamente como aguantarme las ganas de llorar aunque después me duela la garganta.
Cris me ofrece algo de beber.
_Sí, agua, gracias
La sigo hasta la cocina. Entramos. Hay varios parientes aquí tomando té, o algún refresco, y está…ella “La viuda”. Oh oh ¿cómo se saluda a una viuda el día del velorio de su marido?
_Hola. Eso acaba de decirme ella dándome un beso sin demasiado pesar.
_Hola. Respondo. Solo eso. Sin nada. Ni pesar, ni no pesar. Solo hola.
Es la misma mujer que tantas veces he visto y me ha servido jugo de naranjas recién exprimido. Es la misma, pero tiene otros ojos ¿más grandes? No ¿Más brillantes? no. Otros.
El “_ Hola _ Hola” quedó suspendido. Viuda empieza con “v”, como vida, como vuelta, como vacío, como vaca, como vinilo. No sé porque me pierdo en hacer un listado mental de palabras que empiecen con “v”. Por suerte Cristina me alcanza el vaso (vaso también empieza con “v”) de agua, y ahora dejo de pensar compulsivamente esas palabras. Lo estoy bebiendo… y acabo de ver el mate sobre la encimera.
El mate del muerto.
_ ¿Alguien quiere tomar mate?.
_ ¿Quién dijo eso?. Nadie contesta. Pareciera que solo yo hubiera oído la pregunta. Miro a cada uno de los presentes. Sobre todo a los hombres. Desconcertada. Pero ninguno parece haber hablado. Sobre todo los hombres, no parece que hayan movido los la…oh nooo! Era una voz de hombre.

viernes, 25 de febrero de 2011

Cuestión de piel micro-monólogo

(Ella está en bikini. Lleva un tarro de dulce de leche en una de las manos)
(Largo Silencio)
(Mete un dedo en el dulce de leche y se lo chupa)


Ella_ Ufa!!! Otra vez metí el dedo en el dulce de leche, si seré imbécil. Es que hace mal a la piel, por el azúcar, creo.
Hay que cuidarse la piel. Antes no. Pero ahora...con todo lo que está pasando...
Lleva trabajo, si, pero “que” no lleva trabajo ¿no?, digo.
Estaba tomando sol. Así. Quince minutos de un lado. Quince minutos del otro. Eso, el primer día. Al segundo: veinte minutos de un lado, veinte minutos del otro.
Es gradual. Zen.
Después está lo del protector solar. No uso. Es que tengo piel de negra. Soy blanca, pero mi piel es de negra. Mi papá es negro y mi mamá es blanca. Entonces salí blanca pero como si fuera negra. Esto lo digo siempre, creo que la gente no lo entiende.
Juro que no me despeleché nunca. Nunca. Y la verdad es que digo blanca por no confundir tanto; porque lo que soy es verde, blanca verdácea. Entonces tomo sol para quedar marrón. Ese marrón como verde oliva...

De un lado , del otro, de un lado, del otro, de un lado, del otro, de un lado, del otro, del otro, de un lado...
(Mete la punta de la lengua en el dulce de leche, se relame).... Perfecto. Parejito. Marrón oliva. Zen.

Hay que cuidarse la piel. Antes no. Pero ahora...
Ya tengo treinta años. Aunque parezco de veinticuatro.
No tuve muchas relaciones. Las relaciones desgastan, envejecen. Por eso parezco de veinticuatro.
Una vez tuve un novio buenísimo, si, buenísimo. No me enamoré. Una pena.
Después sí. Después me enamoré. Mágico.
Es lindo enamorarse.
Tuvimos una casa. Una casa y algunas plantas. Perro no. Era “perro después de hijos”. Y como hijos no tuvimos. (Silencio)
Me dejó él. A veces es así, uno descubre los trucos del mago, y chau magia.
Cuando pasó eso temí envejecer. El dolor provoca arrugas. Es terrible. Las que tengo son de expresión. Lo que pasa es que si a las de reír... ves: me río y quedo china; le agregas las de llorar, y el ceño fruncido de tanto darle vueltas a la cabeza... porque eso es inevitable, uno quiere explicárselo todo. Imposible. Entonces terminas arrugandote, hecho una piltrafa. Y así no hay quien salga adelante.
(Silencio)
Lo mejor es no dramatizar.
Estuve muy triste. Me dolió el alma. Pero si me miras ni te das cuenta, parezco de veinticuatro.
Claro que también ayuda esto de ser negra, digo... de tener piel de... eso..., lo que expliqué antes...

(Se sienta en el suelo y continúa comiendo el dulce de leche con el dedo…hasta acabarlo) (Oscuro)