La niña atravesó el patio de la escuela, las baldosas enrojecidas por la tierra, con sus zapatitos negros impecablemente lustrados, pensando en esos pasos que era verdad lo que le decía su vecina, eso de que era elegante. Pensó que ninguna otra niña podía tener en aquel sitio los zapatos tan brillantes, las medias tan blancas, el guardapolvo tan planchado. Pensó que de grande quería ser azafata para usar esos trajecitos tan ceñidos al cuerpo, aunque no lo pensó así, porque aún desconocía esa palabra, ceñidos. Que quería ser azafata para usar tacos altos y llevar el cabello recogido sin ningún pelo fuera de lugar, para pintarse los labios y volar, impecablemente volar,a cuanto lugar se pudiera. Para bajar en los aeropuertos y caminar con sus tacos azules por esas baldosas brillantes, esas escaleras hechas para lucirse con un bolsito lleno de letras, y una valija con rueditas. Pensó que si no volvía pronto al aula la maestra la retaría, y pensó también cuanto tiempo sería lo normal que tarda una niña en ir al baño.
El niño la miró atravesar el patio desde la puerta de otra aula, pensó que con el cabello suelto sería aun más bonita, que era increíble que alguien pudiera tener un guardapolvo tan blanco y unos zapatos tan brillantes en aquel sitio. Pensó que aquella niña no caminaba como las demás niñas, que apenas pisaba el suelo y que por momentos parecía que volaba. Pensó que con el cabello suelto y descalza, sería aún más bonita, pensó que algún día por esas calles de tierra colorada, por esos montes de árboles inmensos, por esos ríos correntosos, le gustaría volar con ella. La niña se detuvo en ese instante, y reparó que el niño la miraba. Bajó entonces la mirada y corrió a su aula, justo a tiempo para que la maestra no la retara. El niño la vio alejarse con sus alas. Y suspiró. Por primera vez en su vida, suspiró.
lunes, 24 de octubre de 2011
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