En casa había un árbol de Navidad. El árbol era
grande, yo pequeña.
Estaba en una esquina del comedor, cerca de la
ventana, el árbol. La ventana daba al jardín. Por esa
ventana entraba el viento que tiraba el árbol al
suelo. Cada vez que entraba.
Cuando el árbol caía, arrastraba las figuras del
pesebre que estaba debajo. Las figuras estaban
bastante estropeadas, mamá las reparaba; yo no sabía
hacerlo, era pequeña.
Había un rey mago que había quedado manco, Gaspar,
creo. Y algunas ovejas habían perdido la cola, otras
las orejas.
El árbol caía por el viento que entraba por la
ventana, mamá cerraba la ventana y el árbol seguía
cayendo porque estaba cansado de tanto caer.
Los adornos rotos del árbol me daban tristeza, yo los
quitaba, a escondidas, y el árbol iba quedando pelado,
cada año más.
El árbol ya no es tan grande, o yo ya no soy
pequeña. Mamá le compró adornos nuevos y papá le hizo
una base pesada para que no se caiga. Igual, a veces,
paso cerca y lo empujo como al descuido, entonces el
árbol se cae y los adornos se rompen. Yo los quito para
que no me dé tristeza, como cuando era pequeña, me
digo. Pero igual se me caen algunas lágrimas.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
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